jueves, 14 de abril de 2011
imagenes conolianismo
los tratavan como exclavos les servian , iban al campo,hacian todos los trabajos sucuios.eran ordenes y las tenian que cumplir.
colonialismo
Colonialismo, territorios ocupados y administrados por un gobierno anteriormente ajeno a éstos, mediante la conquista o asentamiento de sus súbditos, y en el que se impone una autoridad extranjera. Puede hablarse de colonialismo cuando un pueblo o gobierno extiende su soberanía y establece un control político sobre otro territorio o pueblo extranjero como fuente de riqueza y de poder. Esta relación concluye cuando el pueblo subyugado alcanza su soberanía o cuando se incorpora a la estructura política de la potencia colonial en igualdad de condiciones.
El colonialismo es un tema que ha llegado a suscitar un intenso debate moral y político en nuestra época, especialmente a partir de la II Guerra Mundial. Pese a que algunos estados han intentado justificar la creación de imperios coloniales en el pasado, muchas antiguas colonias han definido el colonialismo como un sistema de explotación que las potencias más fuertes imponían a las más débiles y que ocasionaba una situación de atraso económico, y conflictos raciales y culturales en las zonas colonizadas.
Las relaciones coloniales han cambiado considerablemente a lo largo de la historia. Algunas colonias han recibido la afluencia de numerosos habitantes del país colonizador, mientras que apenas ha llegado población nueva a otras. Las hay que han sido sometidas a un control riguroso por parte de sus colonizadores; sin embargo, en otras sólo se ha realizado un control somero y extraoficial. Unas se han fundado en ultramar, y otras se han establecido en un territorio adyacente al de la nación colonizadora.
españa colonizo al virreynato del rio de la plata, el alto peru, chile, la banda oriental,y la india
portugal colonizo brasil, e indias
inglaterra colonizo a estados unidos india y una parte de africa
El colonialismo es un tema que ha llegado a suscitar un intenso debate moral y político en nuestra época, especialmente a partir de la II Guerra Mundial. Pese a que algunos estados han intentado justificar la creación de imperios coloniales en el pasado, muchas antiguas colonias han definido el colonialismo como un sistema de explotación que las potencias más fuertes imponían a las más débiles y que ocasionaba una situación de atraso económico, y conflictos raciales y culturales en las zonas colonizadas.
Las relaciones coloniales han cambiado considerablemente a lo largo de la historia. Algunas colonias han recibido la afluencia de numerosos habitantes del país colonizador, mientras que apenas ha llegado población nueva a otras. Las hay que han sido sometidas a un control riguroso por parte de sus colonizadores; sin embargo, en otras sólo se ha realizado un control somero y extraoficial. Unas se han fundado en ultramar, y otras se han establecido en un territorio adyacente al de la nación colonizadora.
españa colonizo al virreynato del rio de la plata, el alto peru, chile, la banda oriental,y la india
portugal colonizo brasil, e indias
inglaterra colonizo a estados unidos india y una parte de africa
unificacion de alemania
La Unificación de Alemania fue un proceso político que tuvo lugar a finales del siglo XIX y que culminó con la creación del Imperio Alemán el 18 de enero de 1871.
Antes de la formación de un Estado nacional unificado, el actual territorio de Alemania se encuentra dividido en un mosaico político de más de 38 estados. Entre ellos destacaron, por su importancia económica y política, Austria y Prusia. Desde principios del siglo XIX se inició un proceso de organización de un Estado nacional en Alemania. Un paso importante en este proceso fue la formación de un mercado único en la región, impulsado por la aristocracia terrateniente (los junkers) de Prusia y la burguesía industrial de la cuenca del Ruhr. Un hecho trascendente se produjo en 1834 con el establecimiento de la unificación aduanera (Zollverein) que integró el territorio prusiano con otras regiones alemanas. Sin embargo, debido a las diferencias políticas entre Austria y Prusia, entre otras causas, el proceso de unificación no pudo llevarse a cabo en la primera mitad del siglo XIX. Desde 1848 fue cada vez más intensa la actividad política de grupos nacionalistas que alentaban la formación de un solo Estado para todos los alemanes.
Sin embargo, el liberalismo era una gran amenaza para las intenciones monárquicas de Austria y Prusia, por lo que crearon alianzas para el control gubernamental de cada nación:
* La Santa Alianza. El tratado fue firmado el 26 de septiembre de 1815, por el emperador Francisco I de Austria, el rey Federico Guillermo III de Prusia, y el zar Alejandro I de Rusia, que fue su principal promotor. Estas tres potencias estaban unidas por una Santa Alianza. Aunque éste era un asunto político tenía mucho que ver con lo religioso puesto que la idea de este acuerdo era completar el proceso de restauración y pacificación de Europa pero a través de ideas cristianas tanto en asuntos internos como externos. A este acuerdo se unieron otros reinos europeos después de un tiempo .
* La Cuádruple Alianza (no debe ser confundida con la alianza de países liberales creada precisamente para oponerse a la Santa Alianza). Estaba formada por la Santa Alianza, a la que se sumó Inglaterra. Su principal promotor fue el premier británico Castlereagh. Las bases fueron, entre otras, mantener incluso por la fuerza los cambios impuestos por el Congreso de Viena y vigilar las ideologías liberales.
* La Quíntuple Alianza. En esta alianza participaron las cuatro potencias y Francia, que había recuperado su monarquía. Su principal promotor fue Metternich. El tratado fue firmado en 1818. Con esta alianza se buscaba acabar con cualquier movimiento liberal que perjudicara al sistema monárquico. Esto permitía a las alianzas la capacidad de intervenir en cualquier nación si era necesario.
Prusia y Austria eran muy distintas en sus aspectos económicos, sociales y políticos. Austria estaba dirigida por una monarquía de corte centralista y autoritaria, que gobernaba un territorio habitado por diferentes pueblos —eslavos, alemanes, húngaros, rumanos e italianos— que tenían distintas lenguas, religiones y costumbres. Esto fue motivo de frecuentes sublevaciones contra la monarquía austriaca, ya que el principal reclamo era el derecho a la formación de sus propios Estados nacionales.
En lo económico, Austria era un país que no contaba con recursos ni con una burguesía poderosa capaz de lograr un desarrollo industrial propio. El mantenimiento de un ejército y una administración que garantizasen la unidad imperial le creó graves dificultades financieras. Prusia, en cambio, experimentó un desarrollo económico muy intenso, que hizo de ella el centro del crecimiento industrial de la región. El aumento de la producción de acero, carbón y hierro, en la segunda mitad del siglo XIX así lo demostró.
Las comunicaciones —ferrocarriles, barcos de vapor, telégrafos— crecieron de tal modo, que permitieron la formación de un activo mercado económico. Además la población prusiana era mucho más homogénea que la austriaca, ya que no existían pueblos tan diferentes en su lengua, religión y costumbres. El desarrollo económico prusiano tuvo otras consecuencias: la consolidación de una burguesía industrial, aliada a los terratenientes (junkers) y el predominio en su gobierno de ideas liberales, que buscaban la formación definitiva de un Estado nacional.
Antes de la formación de un Estado nacional unificado, el actual territorio de Alemania se encuentra dividido en un mosaico político de más de 38 estados. Entre ellos destacaron, por su importancia económica y política, Austria y Prusia. Desde principios del siglo XIX se inició un proceso de organización de un Estado nacional en Alemania. Un paso importante en este proceso fue la formación de un mercado único en la región, impulsado por la aristocracia terrateniente (los junkers) de Prusia y la burguesía industrial de la cuenca del Ruhr. Un hecho trascendente se produjo en 1834 con el establecimiento de la unificación aduanera (Zollverein) que integró el territorio prusiano con otras regiones alemanas. Sin embargo, debido a las diferencias políticas entre Austria y Prusia, entre otras causas, el proceso de unificación no pudo llevarse a cabo en la primera mitad del siglo XIX. Desde 1848 fue cada vez más intensa la actividad política de grupos nacionalistas que alentaban la formación de un solo Estado para todos los alemanes.
Sin embargo, el liberalismo era una gran amenaza para las intenciones monárquicas de Austria y Prusia, por lo que crearon alianzas para el control gubernamental de cada nación:
* La Santa Alianza. El tratado fue firmado el 26 de septiembre de 1815, por el emperador Francisco I de Austria, el rey Federico Guillermo III de Prusia, y el zar Alejandro I de Rusia, que fue su principal promotor. Estas tres potencias estaban unidas por una Santa Alianza. Aunque éste era un asunto político tenía mucho que ver con lo religioso puesto que la idea de este acuerdo era completar el proceso de restauración y pacificación de Europa pero a través de ideas cristianas tanto en asuntos internos como externos. A este acuerdo se unieron otros reinos europeos después de un tiempo .
* La Cuádruple Alianza (no debe ser confundida con la alianza de países liberales creada precisamente para oponerse a la Santa Alianza). Estaba formada por la Santa Alianza, a la que se sumó Inglaterra. Su principal promotor fue el premier británico Castlereagh. Las bases fueron, entre otras, mantener incluso por la fuerza los cambios impuestos por el Congreso de Viena y vigilar las ideologías liberales.
* La Quíntuple Alianza. En esta alianza participaron las cuatro potencias y Francia, que había recuperado su monarquía. Su principal promotor fue Metternich. El tratado fue firmado en 1818. Con esta alianza se buscaba acabar con cualquier movimiento liberal que perjudicara al sistema monárquico. Esto permitía a las alianzas la capacidad de intervenir en cualquier nación si era necesario.
Prusia y Austria eran muy distintas en sus aspectos económicos, sociales y políticos. Austria estaba dirigida por una monarquía de corte centralista y autoritaria, que gobernaba un territorio habitado por diferentes pueblos —eslavos, alemanes, húngaros, rumanos e italianos— que tenían distintas lenguas, religiones y costumbres. Esto fue motivo de frecuentes sublevaciones contra la monarquía austriaca, ya que el principal reclamo era el derecho a la formación de sus propios Estados nacionales.
En lo económico, Austria era un país que no contaba con recursos ni con una burguesía poderosa capaz de lograr un desarrollo industrial propio. El mantenimiento de un ejército y una administración que garantizasen la unidad imperial le creó graves dificultades financieras. Prusia, en cambio, experimentó un desarrollo económico muy intenso, que hizo de ella el centro del crecimiento industrial de la región. El aumento de la producción de acero, carbón y hierro, en la segunda mitad del siglo XIX así lo demostró.
Las comunicaciones —ferrocarriles, barcos de vapor, telégrafos— crecieron de tal modo, que permitieron la formación de un activo mercado económico. Además la población prusiana era mucho más homogénea que la austriaca, ya que no existían pueblos tan diferentes en su lengua, religión y costumbres. El desarrollo económico prusiano tuvo otras consecuencias: la consolidación de una burguesía industrial, aliada a los terratenientes (junkers) y el predominio en su gobierno de ideas liberales, que buscaban la formación definitiva de un Estado nacional.
la unificacion de italia
La Unificación de Italia fue el proceso histórico que a lo largo del siglo XIX llevó a la unión de los diversos estados en que estaba dividida la península Itálica, en su mayor parte vinculados a dinastías consideradas "no italianas" como los Habsburgo o los Borbón. Ha de entenderse en el contexto cultural del Romanticismo y la aplicación de la ideología nacionalista, que pretende la identificación de nación y estado, en este caso en un sentido centrípeto (irredentismo). También se le conoce como el Resurgimiento (Risorgimento en italiano), e incluso como la Reunificación italiana (considerando que existió una unidad anterior, la provincia de "Italia" creada por Augusto, en la antigua Roma).
El proceso de unificación se puede resumir así: a comienzos del siglo XIX la península itálica estaba compuesta por varios estados (Lombardía, bajo el dominio austríaco; los Estados Pontificios; el reino de Piamonte; el reino de las Dos Sicilias, entre otros), lo que respondía más a una concepción feudal del territorio que a un proyecto de estado liberal burgués. Luego de varios intentos de unificación entre 1830 y 1848, que fueron aplastados por el gobierno austríaco, la hábil política del Conde de Cavour, ministro del reino de Piamonte, logró interesar al emperador francés Napoleón III en la unificación territorial de la península, que consistía en expulsar a los austríacos del norte y crear una confederación italiana; a pesar de la derrota del imperio austríaco, el acuerdo no se cumplió por temor de Napoleón a la desaprobación de los católicos franceses. Aun así la Lombardía fue cedida por Napoleón al Piamonte. Además, durante la guerra se presentaron insurrecciones en los ducados del norte, los que luego fueron anexados al Piamonte, con lo cual se cumplió la primera fase de la unificación.
En la segunda fase se logró la unión del sur cuando Garibaldi, inconforme con el tratado entre Cavour y Napoleón, se dirigió a Sicilia con las camisas rojas, conquistándola y negándose a entregarla a los piamonteses; desde allí ocupó Calabria y conquistó Nápoles. En 1860 las tropas piamontesas llegaron a la frontera napolitana. Garibaldi, que buscaba la unidad italiana, entregó los territorios conquistados a Víctor Manuel II. Mediante plebiscitos, Nápoles, Sicilia y los Estados Pontificios se anexaron al reino de Piamonte y al futuro rey de Italia, Víctor Manuel II. El proceso de la unificación no fue producto de la voluntad popular pese a los plebiscitos convocados por Cavour, por tanto la acción del Estado se centró en la construcción de una nacionalidad italiana.
El papel conspirativo de la masonería o de los intereses de las distintas potencias europeas (concretamente Inglaterra, interesada en crear un fuerte antagonista a la enemiga Francia) también se han aducido como causa del "Risorgimento".[1]
El proceso es entendido, por algunos historiadores, también como la conquista de la aristocrática Italia del sur (Nápoles, Sicilia), el estado más industrializado de la península y el tercero de Europa;[2] por parte de Italia del norte (valle del Po), influenciada por las potencias europeas como Francia y Austria (según ellos el proceso también puede interpretarse en el sentido de que el norte parasitó al sur impidiendo su desarrollo y propiciando la emigración y la perpetuación de su situación social.[2] ).
Historiadores como Benedetto Croce ven el proceso como el que completó el Renacimiento italiano, interrumpido por las invasiones francesas y españolas de la Italia del siglo XVI. Este renacimiento nacional alcanzó -desde Florencia- todas las regiones habitadas por gente italiana (inclusive Sicilia y luego Istria y Dalmacia -como Italia irredenta- en el siglo XX).
En cualquier caso, el proceso fue encauzado finalmente por la casa de Saboya, reinante en el Piamonte (destacadamente por el primer ministro conde de Cavour), en perjuicio de otras intervenciones "republicanas" de personajes notables (Mazzini, Garibaldi) a lo largo de complicadas vicisitudes ligadas al equilibrio europeo (intervenciones de Francia y Austria), que culminaron con la incorporación del último reducto de los Estados Pontificios en 1870. El nuevo Reino de Italia continuó la reivindicación de territorios fronterizos, especialmente con el Imperio austrohúngaro (Trieste y el Trentino), que se solventaron parcialmente en 1919 tras la Primera Guerra Mundial (Tratado de Saint-Germain-en-Laye y expedición de Gabriele D'Annunzio).
El proceso de unificación se puede resumir así: a comienzos del siglo XIX la península itálica estaba compuesta por varios estados (Lombardía, bajo el dominio austríaco; los Estados Pontificios; el reino de Piamonte; el reino de las Dos Sicilias, entre otros), lo que respondía más a una concepción feudal del territorio que a un proyecto de estado liberal burgués. Luego de varios intentos de unificación entre 1830 y 1848, que fueron aplastados por el gobierno austríaco, la hábil política del Conde de Cavour, ministro del reino de Piamonte, logró interesar al emperador francés Napoleón III en la unificación territorial de la península, que consistía en expulsar a los austríacos del norte y crear una confederación italiana; a pesar de la derrota del imperio austríaco, el acuerdo no se cumplió por temor de Napoleón a la desaprobación de los católicos franceses. Aun así la Lombardía fue cedida por Napoleón al Piamonte. Además, durante la guerra se presentaron insurrecciones en los ducados del norte, los que luego fueron anexados al Piamonte, con lo cual se cumplió la primera fase de la unificación.
En la segunda fase se logró la unión del sur cuando Garibaldi, inconforme con el tratado entre Cavour y Napoleón, se dirigió a Sicilia con las camisas rojas, conquistándola y negándose a entregarla a los piamonteses; desde allí ocupó Calabria y conquistó Nápoles. En 1860 las tropas piamontesas llegaron a la frontera napolitana. Garibaldi, que buscaba la unidad italiana, entregó los territorios conquistados a Víctor Manuel II. Mediante plebiscitos, Nápoles, Sicilia y los Estados Pontificios se anexaron al reino de Piamonte y al futuro rey de Italia, Víctor Manuel II. El proceso de la unificación no fue producto de la voluntad popular pese a los plebiscitos convocados por Cavour, por tanto la acción del Estado se centró en la construcción de una nacionalidad italiana.
El papel conspirativo de la masonería o de los intereses de las distintas potencias europeas (concretamente Inglaterra, interesada en crear un fuerte antagonista a la enemiga Francia) también se han aducido como causa del "Risorgimento".[1]
El proceso es entendido, por algunos historiadores, también como la conquista de la aristocrática Italia del sur (Nápoles, Sicilia), el estado más industrializado de la península y el tercero de Europa;[2] por parte de Italia del norte (valle del Po), influenciada por las potencias europeas como Francia y Austria (según ellos el proceso también puede interpretarse en el sentido de que el norte parasitó al sur impidiendo su desarrollo y propiciando la emigración y la perpetuación de su situación social.[2] ).
Historiadores como Benedetto Croce ven el proceso como el que completó el Renacimiento italiano, interrumpido por las invasiones francesas y españolas de la Italia del siglo XVI. Este renacimiento nacional alcanzó -desde Florencia- todas las regiones habitadas por gente italiana (inclusive Sicilia y luego Istria y Dalmacia -como Italia irredenta- en el siglo XX).
En cualquier caso, el proceso fue encauzado finalmente por la casa de Saboya, reinante en el Piamonte (destacadamente por el primer ministro conde de Cavour), en perjuicio de otras intervenciones "republicanas" de personajes notables (Mazzini, Garibaldi) a lo largo de complicadas vicisitudes ligadas al equilibrio europeo (intervenciones de Francia y Austria), que culminaron con la incorporación del último reducto de los Estados Pontificios en 1870. El nuevo Reino de Italia continuó la reivindicación de territorios fronterizos, especialmente con el Imperio austrohúngaro (Trieste y el Trentino), que se solventaron parcialmente en 1919 tras la Primera Guerra Mundial (Tratado de Saint-Germain-en-Laye y expedición de Gabriele D'Annunzio).
jueves, 7 de abril de 2011
moviemto obrero
La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías alternativas al liberalismo.
Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica burguesa, para derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se dividió en varias vertientes, básicamente las "evolucionarias" y las "revolucionarias". Una de ellas, de índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstoi, sostenía que debía llegarse a esa sociedad anarquista por medios no violentos, e intentaba crear comunidades ejemplares de este modelo de sociedad. Otra vertiente, preconizada por Mikhail Bakunin o Piotr Kropotkin, sostuvo que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los métodos insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos, teniendo mayor implantación en la Europa meridional y oriental (destacadamente en España y en Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX. La utilización de la violencia por individuos o pequeños grupos terroristas que se justificaban en la retórica de la acción directa y la propaganda por el hecho dio lugar a numerosos magnicidios y atentados contra patronos, y sirvió a su vez para justificar la durísima respuesta represiva contra todo tipo de organizaciones obreras (violentas o no) por parte de los estados. La corriente mayoritaria del movimiento anarquista se centró en la estrategia sindical (anarcosindicalismo).
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Blanqui, Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función intelectual del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo),[51] y buscó el compromiso social con las organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su famoso lema ¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que redactó junto a Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba la Revolución de 1848 en París.
A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de formación de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual finalmente terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y políticas. Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El capital, de la que publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El marxismo, desde un análisis intelectual crítico de la economía política del liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia (materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado (conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que ésta sólo podía provenir de la lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica burguesa, para derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se dividió en varias vertientes, básicamente las "evolucionarias" y las "revolucionarias". Una de ellas, de índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstoi, sostenía que debía llegarse a esa sociedad anarquista por medios no violentos, e intentaba crear comunidades ejemplares de este modelo de sociedad. Otra vertiente, preconizada por Mikhail Bakunin o Piotr Kropotkin, sostuvo que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los métodos insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos, teniendo mayor implantación en la Europa meridional y oriental (destacadamente en España y en Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX. La utilización de la violencia por individuos o pequeños grupos terroristas que se justificaban en la retórica de la acción directa y la propaganda por el hecho dio lugar a numerosos magnicidios y atentados contra patronos, y sirvió a su vez para justificar la durísima respuesta represiva contra todo tipo de organizaciones obreras (violentas o no) por parte de los estados. La corriente mayoritaria del movimiento anarquista se centró en la estrategia sindical (anarcosindicalismo).
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Blanqui, Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función intelectual del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo),[51] y buscó el compromiso social con las organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su famoso lema ¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que redactó junto a Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba la Revolución de 1848 en París.
A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de formación de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual finalmente terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y políticas. Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El capital, de la que publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El marxismo, desde un análisis intelectual crítico de la economía política del liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia (materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado (conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que ésta sólo podía provenir de la lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
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