jueves, 9 de junio de 2011

surrealismo




SALE UN CHAVAL MEANDO EN LA PARED Y AL LADO EL PERRO MIRANDO



Es el 24 de Agosto de 1917. En la frontera occidental, una línea de barro, llamada trinchera, separa al Regimiento XXIII de los pérfidos alemanes.
Hace meses que se espera. Ya nadie quiere pelear y el Regimiento se oculta en madrigueras infectas de ratas, sabandijas y gallinas ponedoras.
El Regimiento XXIII se sabe olvidado. No les llevan alimentos ni armas. Hace meses que no tienen balas. Los hombres defienden sus posiciones con lo que tienen a mano: las uñas. Las han dejado crecer, esperando un ataque. Los más valientes, gastan horas limándolas y poniéndoles pintura camuflada.
Al mediodía llega un correo. Avisa que esa noche los atacarán. Saben que la batalla será decisiva; si pierden, Lyon quedará desprotegida.
Pero ¿Cómo peleará ese ejército desmoralizado? ¿Qué incentivo tienen? Hay soldados que no ven a su familia desde hace años. Marcel Picot, por ejemplo, no ve a su padre desde los 4 años, cuando aquel salió a comprar cigarrillos para no volver. Philippe Jeamet ha recibido cartas, donde le cuentan del nacimiento de sus hijos; ya van 6 y Philippe se niega a creerlo. Él es soltero y apenas tiene once años.
Deben esperar a la noche, pero el tiempo se estira en la trinchera. El 16 de Julio pasado duró 37 horas, y el Mayo anterior había tenido 79 días. El sábado pasado una granada alemana tardó 23 minutos en caer y unos 47 más en estallar. Esa granada se llevó 325 vidas del Regimiento.
No temen a los alemanes. Saben que el hambre es el peor enemigo. Algunos soldados ya se han comido sus propios dedos, mientras que el Teniente Lafife se ha devorado su boca, para no tentarse. Es cierto que no les falta comida. El Domingo les había llegado un envió de 320 cajas de arvejas. La desilusión fue comprobar que no tenían ni un abre latas. Las cajas se apilan en un rincón, abandonadas.
A media tarde llega otro correo e informa que no los atacarán los alemanes. Por instantes, los soldados festejan, bailan y ríen. Pero la felicidad es corta. El correo agrega: no atacarán los alemanes sino un batallón especial. Se trata de una fuerza de elite, venida de oriente, un regimiento de caníbales.
Algunos soldados del Regimiento han escuchado historias de aquellos hombres. Cuentan que son devotos de Marik, un Dios que desconoce la piedad y que exige sangre.
Serán atacados por los temibles marikas, los come-hombres.
El Regimiento XXIII sabe que la hora de la verdad ha llegado. No tienen oportunidad. Tiemblan por saber que morirán y porque serán devorados. Ya todo está perdido.
Apenas cae el sol, desde la trinchera, comienzan a escucharse los gritos, los aullidos de los marikas. Los traen encadenados, como perros salvajes. Un oficial alemán, les da latigazos pero no logra dominarlos. Lanzan dentelladas al aire. Algunos van desnudos, otros visten pieles de rata y batitas tejidas.
Para el Regimiento no hay estrategias a seguir, no hay con que defenderse. Los soldados rezan, tiemblan, se orinan encima.
El oficial alemán ya no puede contener a los marikas y los suelta. Son una jauría. Corren, desordenados, atacándose entre ellos. Tal es su sed de sangre. Pero a medida que avanzan, parecen disminuir en número. Y cuando están a 50 metros son apenas 12 los marikas y cuando están a 20 metros, son cinco.
A la trinchera llega uno solo. En el camino ha devorado a sus compañeros. Apenas puede moverse. Ya no grita. Solo abre la boca para eructar.
El Regimiento XXIII ha triunfado. Lyon se ha salvado. Les gustaría festejar, pero no tienen ni un abre latas.